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Historia tras la resina de olíbano….

Omán ha repartido su incienso por todo el mundo a través de los tiempos. La resina del olíbano, un árbol enano que sólo crece en Omán y Somalia, ha estado envuelta en un sinfín de leyendas. Durante siglos, tuvo tanto valor como el oro.

Con el “Libro de la muerte” del antiguo Egipto nació la leyenda: las perlas de incienso eran las gotas de sudor que los dioses dejaban caer sobre la tierra y, con las ramas del árbol donde crecía, el ave Fénix construía su nido. Los Reyes Magos de Oriente cargaron sus camellos con semejante materia divina para llevarla hasta el portal de Belén como obsequio al recién nacido Jesús y, aunque la Biblia no especifica de dónde procedía tan preciado regalo, los omaníes aseguran que venía del territorio que hoy constituye su país. Es probable que estén en lo cierto, porque Omán ha repartido su incienso por todo el mundo a través de los tiempos.

Su historia comenzó en el siglo I antes de Cristo. Desde entonces, esta resina del olíbano, un árbol enano que sólo crece en Omán y en algunas partes de Somalia, ha estado envuelta en un sinfín de leyendas. Durante siglos, tuvo tanto valor como el oro. Plinio el Viejo dejó escrito cómo el emperador Nerón quemó toda la producción anual de Arabia en el entierro de su esposa Popea y hasta Alejandro Magno, atraído por este gran tesoro, planeó invadir esa parte del mundo para controlar el comercio desde su origen. La muerte le impidió llevar a cabo tan ambiciosa gesta.

Dhofar, una región del sur del sultanato de Omán, cuenta todavía hoy con el de mayor calidad del mundo y sus habitantes aún se recrean contando las historias que se transmitieron de generación en generación sobre su gran tesoro. Musalla lleva desde los 12 años dedicado al oficio de la extracción. “Empecé con mi padre porque estas tierras eran suyas y he seguido hasta hoy. La mejor época para recolectarlo es cuando viene el viento del monzón”. A sus 75 años todavía levanta con frenéticos golpes de cuchillo la corteza de un olíbano, mientras el sol castiga sin piedad cada piedra del desértico Valle de Saatan, salpicado con no más de 20 árboles que son de su propiedad.

Este viejo de la tribu jabalí siempre lleva la cabeza cubierta con un turbante, va descalzo y viste su tradicional disdasha, una camisola que le llega hasta los pies roída por el paso de los años. “Antiguamente existía una norma que todos tenían que cumplir: si un cortador pasaba una noche con una mujer que acababa de asistir a un funeral, se le prohibía acercarse a las plantaciones de olíbanos. Sin embargo, de eso hace ya muchos años, cuando la resina era tan apreciada que se soltaban culebras venenosas alrededor de los árboles para que nadie se acercara”. Ahora, las costumbres han cambiado. En esta región son ya muy pocos los que se dedican a cortar esta resina que sólo desprende su peculiar aroma al colocarla sobre un pedazo de carbón encendido.

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