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Cómo nacen los inciensos?

Tal vez el utilizar, el ser humano, las diversas materias vegetales que le servían para mantener vivo su fuego, percibió los diversos aromas que emanaban de la hoguera.

Supo que determinadas cortezas, ramas, hojas, raíces y flores desprendían aromas diferentes. Quizás en algún momento, mas allá del uso práctico, comenzó a seleccionar no sólo los que ardían mejor, sino también los que perfumaban su entorno.

Al contemplar el ascender de ese humo tan especial con rumbo al cielo, intuyó que esa columna sutil sería el medio adecuado para ponerse en contacto con el sol, la luna y el distante manto estrellado.

Era todo aquello que le maravillaba y le hacia preguntarse tantas cosas, esa inmensidad que estaba más allá de su alcance y que a su vez le era tan cotidiana.

En el transcurso de este mágico suceder del hombre y al irse convirtiendo en ese algo que busca la trascendencia espiritual; descubrió y utilizó el incienso como una especie de plegaria, lo hizo parte de su practica ritual; inatrapable como el viento, lo vio ascender con su petición; mezcló yerbas, seleccionó maderas y al ponerla sobre las llamas fue parte de ellas en su anhelo de remontarse en ese viaje mágico.

Concibió una escalera sagrada, por la cual, todos los pueblos antiguos trataron de llegar a Él.

Lo hizo parte de la historia humana, lo quemó en multitud de ofrendas, sirvió para sus ritos de iniciación y nos brindó con su aroma desde hace siglos. y así, en el llanto del Copal o en una lágrima de Olíbano, ardiendo sobre las brazas, fue elevando sus plegarias.

¡Cómo no rezar ante la fragancia del sándalo o en el alma de la mirra!

“Y el humo de los perfumes subió con las oraciones, de la mano de algún ángel a la presencia de Dios”