Imagina un mundo sin color, belleza, poesía, mitos, celebraciones ni ritos. Un mundo así sería muy aburrido y apagado y desde luego poco vivo. Estas experiencias son vitales para la vida humana; cultivan nuestras emociones, refinan nuestros sentidos y enriquecen nuestra imaginación. La poesía, los símbolos, mitos y ritos nos llevan, como Shelley sugiere en su Defensa de la Poesía, “hacia regiones de luz y fuego, donde la facultad alada de los cálculos jamás se atrevería a volar”. No podemos vivir en el mundo del pensamiento racional únicamente. Para sentirnos plenamente vivos hemos de sentirnos en contacto con todos los aspectos y niveles de nuestro ser. El budismo es una tradición espiritual, y, como tal, habla a nuestro ser entero. Sus distintas prácticas pueden ayudar a armonizar cuerpo, habla y mente. A través de su historia, por lo tanto, se han desarrollado muchas formas de ceremonias y ritos. Estos van desde la recitación más sencilla de unos cuantos versos hasta los ritos más complejos y largos. La práctica devocional tiene varias facetas, que a menudo implican la recitación simultánea de versos de reverencia, una actividad física y el desarrollo consciente de estados emocionales positivos, como la creación mental de imágenes y símbolos. Estas prácticas exigen de manera clara toda nuestra atención y no permiten tiempo para la distracción. Las palabras poéticas que se recitan, las imágenes que se evocan y las emociones que se cultivan, se funden en un sistema coherente de valores. Expresan nuestros ideales más profundos.
Así que las prácticas rituales, que involucran a todo nuestro ser, permiten comenzar la tarea de cambiar “nuestra comprensión intelectual en una experiencia emocional”; en otras palabras, transformar el saber en ser. Las prácticas rituales dentro de la tradición budista se expresan en la Puja, que significa `veneración devocional’.
En el Centro Budista seguimos varias de estas prácticas en forma de cantos, ceremonias y rituales, que se recitan en diversos momentos. Por ejemplo, podemos preceder un periodo de meditación cantando o bien el Ti Ratana Vandana o recitando la Puja Corta. Ambas prácticas expresan sentimientos devocionales hacia el Buda, Dharma y Sangha y así su recitación nos pone en contacto con nuestras energías superiores y más profundas antes de meditar.
Estas prácticas normalmente se realizan con varias personas en una habitación donde se enfoca la belleza de un `altar’, con la figura de su Buda, flores, velas y incienso. En este ambiente nuestros sentimientos devocionales encuentran expresión de manera más libre, permitiéndonos ser receptivos ante nuestros ideales supremos y así se enriquecen. De las diversas ceremonias rituales que realizamos tal vez la de más importancia espiritual sea la Puja de Siete Etapas. Tradicionalmente la celebración de esta Puja es una preparación emocional y espiritual para el surgimiento del Bodhicitta, el “deseo o aspiración de la Iluminación” para todos los seres’, que es el ideal central del Budismo Mahayana. A través de nuestra práctica regular y sincera de Puja, en compañía de nuestros co-aspirantes, podemos refinar nuestra positividad emocional a tal grado que empezamos a romper nuestro egocentrismo habitual y nuestro aislamiento y empezamos a sentir una empatía con toda la vida. De esta forma preparamos el terreno para nuestra propia auto-transcendencia, que es la base del surgimiento del Bodhicitta. Como resultado, el Bodhicitta puede `surgir dentro de’ o `descender sobre ‘la Comunidad Espiritual que practica juntos. Al practicar así podemos desarrollar lo que Sangharákshita ha llamado la Consciencia Colectiva. Él ha descrito esto como una clase especial de consciencia, común a, de alguna manera incluso compartida por, un número de seres humanos, verdaderos individuos humanos, que siguen las mismas disciplinas y que tienen los mismos ideales espirituales’. La celebración de Puja por lo tanto puede verse como un elemento esencial en la creación de una Comunidad verdaderamente Espiritual.
Puja de Siete Etapas
Puja de Siete Etapas consiste en una serie de versos, cada uno expresando un diferente estado emocional. La Puja alcanza su punto culminante en el verso final, `La Transferencia de Méritos y Auto-Renuncia’, en la que de la manera más viva expresamos nuestra aspiración hacia la auto-trascendencia.
En el primer verso de la Puja, veneración, damos expresión a nuestro aprecio por la existencia misma de valores superiores encarnados en el Buda, Dharma y Sangha, `Las Tres Joyas’. Hacemos ofrendas de manera mental y de manera real; comprometiendo plenamente nuestros corazones y así desarrollando un estado mental de receptividad.
En el segundo verso, saludo reverente, nuestros sentimientos devocionales hacia Las Tres Joyas se intensifican. Nos damos cuenta de lo lejos que estamos todavía de encarnar estos ideales en nuestras propias vidas. El respeto, veneración e incluso asombro que sentimos como resultado de tal comprensión nos conmueven espontáneamente a rendir tributo. Esto puede expresarse de manera física, en forma de inclinación o postración, o puede imaginarse mentalmente.
Nuestra reverencia y saludo encuentran la plenitud en el acto de Ir al Refugio a Las Tres Joyas. Así que, en el Tercer Verso decidimos comprometernos a llegar a ser el Buda, a seguir el Dharma y a practicar en armonía con otros. Mientras hacemos esto, hacemos una transición sutil desde una devoción que se siente hacia un compromiso activo, y de esta manera nos preparamos para los versos restantes. Solamente cuando nos hemos comprometido de esta forma podemos ver claramente y racionalmente todos los obstáculos que lo están impidiendo.
Así que en el Cuarto Verso, reconocimiento de las faltas, de manera abierta reconocemos nuestros estados mentales torpes, los hábitos y tendencias que impiden y entorpecen nuestro progreso. Lo ponemos todo de forma abierta y decidiendo no actuar con ignorancia o torpeza de nuevo, intentamos soltar todos los sentimientos de culpa y ansiedad que de otra forma podrían inhibir nuestros esfuerzos.
De esta manera, sintiéndonos aliviados, estamos libres para sentirnos en contacto, de forma más profunda, con nuestro propio potencial. El sentimiento subsiguiente de confianza y alegría nos permite también ver el potencial de otros y regocijarnos de sus méritos. Además, nos regocijamos de la existencia de Las Tres Joyas y del bien hecho por todos los seres de todos los lugares. La positividad que se ha acumulado actúa como base para nuestra receptividad hacia la Visión Clara o particularmente aquella contenida en la Enseñanza.
En el Sexto verso, ruego y súplica, admitimos nuestra necesidad de ayuda y dirección; pedimos a los Budas y Bodhisatvas que enseñen el Dharma y que iluminen la oscuridad de todos los seres.
En ultimo lugar, recitamos el Séptimo Verso, Transferencia del Mérito y Auto-renuncia. Éste es tal vez el verso más hermoso de toda la Puja. Aquí, transferimos cualquier “mérito” que hayamos podido acumular durante nuestra práctica de la Puja hacia el bienestar de todos los seres. También expresamos nuestra aspiración de ponernos al servicio de todos los seres de cualquier lugar en su búsqueda de la Iluminación y emancipación del sufrimiento. En este verso tocamos y tal vez se nos recompensa, con un “vislumbre emocional” de la actitud altruista y de una preocupación por el otro, que es la naturaleza esencial del Bodhisatva.
Quizás ahora podamos empezar a comprender la importancia de la práctica que tal rito pueda ser para nuestro desarrollo espiritual. Al realizar Puja estamos involucrándonos en un proceso dinámico y creativo que puede transformarnos de manera radical.
Idealmente, no obstante, la celebración de Puja no debería ser una actividad aislada que se hace únicamente una vez al día. Imagina cómo podrían enriquecerse todas nuestras vidas si pudiésemos experimentar los estados emocionales experimentados durante la Puja en cada momento! Siempre sentiríamos aprecio y reverencia por los ideales que expresamos de forma continua.
Intentaríamos de forma continuada hallar la manera de expresar nuestro compromiso y intentaríamos ser siempre escrupulosamente honestos y abiertos con respecto a nuestros sentimientos. Nuestras vidas se llenarían de alegría y júbilo mientras respondíamos a lo mejor de cada persona y nuestros corazones estarían siempre abiertos a la influencia del Dharma. Finalmente todos nuestros actos y práctica se infundirían con el deseo de beneficiar a todos los seres.
Si realmente pudiésemos practicar de esta forma, basándonos en cada momento, entonces desde luego viviríamos en una Tierra Pura y nuestra práctica colectiva tendría lugar en un nivel superior; un nivel en el cual no nos hallaríamos únicamente en compañía de nuestros amigos espirituales, sino también en la compañía gloriosa de Budas y Bodhisatvas.
Puja y la Transformación del Corazón
El propósito verdadero de la Puja es el de crear las condiciones para el surgimiento del Bodhicitta. La última etapa puede ser un punto de ímpetu emocional, hasta el punto en que nos lanzamos más allá de nosotros mismos, aspirando a transcender, al menos de forma transitoria, los confines constreñidos de nuestra individualidad limitada para poder contactar con una dimensión nueva. Las preocupaciones limitadas de uno se disuelven en un cielo azul infinito, y desde sus profundidades resuenan mantras, las combinaciones sutiles de sonidos que evocan las cualidades de los Budas y Bodhisatvas.